Cuando un pueblo queda abandonado se pierde toda su historia, no sólo futura, como es evidente, sino también la pasada, así como sus milenarias vivencias. La gente se disgrega y nadie nos quedará para poder explicar aquello que, habitualmente, pasa de boca en boca: la riqueza, la vida en definitiva que había mantenido su población... con sus penas y sus alegrías. Los rastros que quedan son habitualmente escasos y tristes, casas en ruinas, una iglesia románica más que cae en el abandono, y algunas cruces en el suelo del cementerio del pueblo, que recuerdan a aquellos que tuvieron la fortuna, o la desgracia, de no poder decidir su destino, junto a su pueblo, o alejados de él. En esta situación solamente en la comarca del Alt Urgell hay unos treinta pueblos, según un informe, que en su momento elaboraron el "Centre dEstudis del Pallars", el "Grup dOpinió de Cerdanya", "lAteneu Urgellenc" y los "Grups de lAlt Pirineu", bajo el nombre de La veritable Catalunya agonitza (La verdadera Cataluña agoniza). Esto significa, porcentualmente, que se encuentran abandonados un 26% de los pueblos del Alt Urgell. No entran en esta estadística aquellos que tienen una sola familia o un solo habitante, y que son tan numerosos como los abandonados.
Una buena parte de ellos se encuentran en el Valle de Castellbò, en otros tiempos vizcondado poderoso que se ha quedado anclado en la leyenda. Uno de estos numerosos pueblos es Solanell, lugar milenario citado ya en la acta de consagración de la Catedral de Santa María de la Seu, el año 839. Una pista forestal, no demasiado bien conservada, (o sencillamente no conservada), de unos 6 kilómetros nos acerca a Solanell, en una descubierta misteriosa y sorprendente. Esto de debe a que el pueblo, en toda su dimensión, sólo se hace visible cuando quedan pocos metros para llegar a él. A lo largo del camino, que se empina siempre hacia arriba, palos de corriente eléctrico llegan hasta el pueblo y se vertebran por sus, semiboscosas calles. Se comenta que los habitantes de Solanell empezaron a abandonar el pueblo justo cuando llegó la electricidad. Quizás ya estaban hartos de vivir dejados de la mano de Dios, y, porqué no, ¡de las administraciones! A pesar de este hecho anecdótico lo cierto es que la modernidad ha ido, a menudo, acompañada por la despoblación.
Solanell era un pueblo relativamente grande, por lo que aún puede verse, y no demasiado lejos de la capital del Valle; Castellbò. A pesar de ello, en la década de los sesenta sus habitantes decidieron, como sucedió en otras poblaciones, hacer las maletas y marchar para siempre. Otros lugares, como Sendes y Sallent de Castellbò, fueron abandonados más tarde, hacia los años setenta, a pesar de tener la escuela y otros servicios mucho más lejos.
De Solanell nos ha quedado, al menos, un retazo de su cultura en forma de canción, gracias a lAgustinet de Pallerols del Cantó, un joven esquilador de ovejas, músico acordeonista que a raíz de un incidente que tuvo con el cura del pueblo, decidió componer una canción que ha ido pasando de boca en boca hasta nuestros días.
Según parece unos jóvenes esquiladores se encontraban delante de la iglesia de Solanell, trabajando duro, pero también haciendo jolgorio, como es lógico por otra parte, y era costumbre cuando se esquilaban las ovejas. El cura, molesto por dicho jolgorio y, quizás falto de clientela para su rosario hizo uso de la fuerza, y no precisamente divina, para hacer frente a esos jóvenes descarriados, armado con un bastón. Todo ello sirvió al simpático y espabilado Agustinet para componer esta canción, prohibida durante los duros años del franquismo, pero que los urgelenses siempre han recordado y cantado en sus fiestas y celebraciones. Se trata de la canción bautizada como el Gall negre, el cura ¡claro! Es esta. Y
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